Dolarizar y el fin del devaluacionismo
La economía es fruto de la sociedad, y la sociedad se construye en el discurso, en el relato de lo que se habla. Lo que define el desarrollo económico, más allá de lo que efectivamente se produce y que luego medimos (muy imperfectamente) con el PIB, son los valores que se reflejan en la “conversación” económica que tenemos como sociedad. Estas son las tesis de Deirdre McCloskey, que adaptándolas a la teoría monetaria en particular, nos puede ayudar a entender una de las grandes ventajas de la dolarización: centra el discurso económico en los problemas reales de la economía y no en la política monetaria.
En estos momentos el profesor Daniel Fernández Méndez, director de UFM Market Trends y uno de los mejores -si no el mejor- teórico monetario en América Latina (disclaimer: y un muy querido amigo), está manteniendo una muy interesante argumentación pública contra un grupo de teóricos cercanos a la asociación de exportadores de Guatemala sobre la necesidad de establecer un “tipo de cambio competitivo” (entiéndase: “devaluar”) entre el quetzal guatemalteco y el dólar para mejorar la economía guatemalteca.
Más allá de los argumentos esgrimidos (donde creo que queda perfectamente demostrado por parte del profesor Fernández que la devaluación no fomenta el crecimiento), lo interesante es la mera existencia del debate. Una vez tienes un sistema con un Banco Central, sea éste supuestamente independiente o no, sea éste sometido a reglas de objetivos de inflación, de crecimiento, de empleo o no… la mera posibilidad de influir sobre la política del Banco Central genera una serie de incentivos perversos en la economía del país, dinámicas muy bien estudiadas por la escuela del public choice.
Uno de los problemas más graves de las economías de América Latina es la falta de institucionalidad y de instituciones fuertes. Y a pesar de que los Bancos Centrales han gozado de privilegios y estatutos muy estrictos legalmente para garantizar su independencia (desde “candados constitucionales” hasta nombramientos de sus directores por periodos distintos de los ciclos políticos, por ejemplo), la institucionalidad sigue sin ser lo suficientemente fuerte como para garantizar la completa independencia de los Bancos Centrales, o al menos, lo que es más importante para este argumento, que los actores político-económicos no perciban que pueden influir en la política del Banco Central ya sea a través de lobby a sus miembros, o a los políticos, o a través del debate público y la agenda pública.
La verdad es que con la política monetaria se produce una situación extraña, es una política que afecta a toda la economía de un país ya que la moneda es el elemento común en todas (o casi todas) las transacciones de una economía, pero que se tiene el poder de decisión último un solo agente (la Presidenta de la Reserva Federal, del Banco Central Europeo o de cualquier otro Banco Central). Aunque, contrario a lo que se cree, su poder no es completamente arbitrario (los valores que pueden determinar los Bancos Centrales han de estar más o menos ajustados a los de mercado a medio plazo), sí es cierto que tienen un amplísimo poder discrecional para determinar los tipos de interés, los tipos de cambio, las reservas bancarias… y con ello el valor del dinero que todos utilizamos. Evidentemente en estas decisiones hay ganadores y perdedores. Si se decide un tipo de interés u otro ganarán los ahorradores o los tomadores de crédito. Es un juego de suma cero, si se beneficia a los unos se perjudica a los otros. Igual ocurre con el tipo de cambio, si se favorece un “tipo de cambio competitivo” (vulgo: devaluación) se favorece a los exportadores pero a costa de perjudicar a los consumidores nacionales. Por ello todos los grupos de interés de la economía tienen incentivos para organizarse y presionar sobre las políticas del Banco Central. Y los dos grupos de interés con mayor capacidad de organización e influencia son el sector bancario y el sector exportador.
La gran ventaja de la dolarización es que la política monetaria ya no se gestiona desde ese país, sino que pasa a ser completamente independiente de la política de cada uno de los países. Por eso yo sostengo que la dolarización no es propiamente una política monetaria, sino la renuncia a la política monetaria. Lo mejor de renunciar a la política monetaria es que se asume que los debates dentro del país no podrán influir en las decisiones de la Reserva Federal, por tanto esa vía de “solución” de los problemas económicos queda completamente capada, y obliga a todos aquellos que quieran opinar sobre la situación económica del país (más allá de hacer inútiles y nostálgicos lamentos plañideros de un manejo de la moneda nacional, como hace el Presidente Correa reiteradamente) a proponer soluciones en los otros sectores de la economía, como es el fiscal, exterior, laboral, etc…
Por desgracia en Ecuador no llegamos a dolarizar completamente la economía en este sentido, pues aún se conserva un Banco Central que sigue tomando decisiones monetarias (coeficientes de caja, tipos de interés máximos -súper intendencia-, “direccionamiento” del crédito, reservas de los bancos privados…), y cuya mera existencia amenaza con “desdolarizar” la economía, como ya se ha visto con el engendro de su propia creación que ha sido el dinero electrónico ecuatoriano, o las discusiones sobre el posible “timbre cambiario”.
En cierto modo, y como sostiene el profesor Huerta de Soto, el Euro ha tenido este efecto sobre ciertos países europeos ejerciendo como un proxy al patrón-oro, ha obligado a trasladar el foco de la política económica de los países del sur de Europa no sobre la política monetaria sino sobre las políticas económicas reales de estos países. Sin embargo los gobiernos de la UE siguen ejerciendo mucha influencia y sigue habiendo muchos intereses políticos (o al menos se sigue percibiendo que los hay) en las decisiones del Banco Central Europeo.
Es por ello que sostengo que la dolarización permite una mejora económica de los países que la adoptan simplemente pues cambia el discurso en estos países. Al eliminar completamente la posibilidad de enmascarar los problemas reales de la economía con ilusorias soluciones monetarias que nada solucionan en el medio plazo y mucho empeoran, obliga a los economistas a buscar explicaciones más profundas que las basadas en los tipos de cambio para los problemas de competitividad estructurales en nuestros países, y disuade a los grupos de interés de presionar para cambiar el tipo de cambio, obligando a los exportadores a centrarse en la mejora de la competitividad de sus productos, y a los banqueros en sus coeficientes de reserva y competencia.
En definitiva, lo mejor que tiene la dolarización, probablemente, es que evita hablar de política monetaria en nuestros países (algo que los alumnos de política monetaria y los lectores que prefieran temas más amenos también nos agradecerán); y nos obliga a centrar el diálogo sobre la economía de nuestros países en los problemas estructurales de nuestras economías, y no en falsas soluciones monetarias. Al fin y al cabo, salvo unos pocos frikis obsesionados con el problema del dinero, casi todos pensamos que la teoría monetaria es aburrida (especialmente los alumnos de los cursos de teoría monetaria de las universidades, mucho ánimo para ellos). Hablemos de la economía real, que esa sí es entretenida y sobre todo que sí nos podrá ayudar a soluciona los problemas de crecimiento y mejorar la calidad de vida de nuestros conciudadanos.
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Luis Espinosa Goded
Luis Espinosa Goded es profesor de economía en la Universidad San Francisco de Quito. Tiene un Máster en bolsa y mercados financieros (Instituto de Estudios Bursátiles IEB) y un Máster en Comercio Internacional (Centro de Esctudios Económicos y Comerciales CECO). Es fiel seguidor de la obra de Antonio Escohotado y Deirdre McCloskey.
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¿Que paso en El Salvador con la dolarización?
¿Como podemos evitar que los términos de intercambio mejoren con la dolarización si el que imprime el billete tiene el sarten por el mango?
Buenas Mario:
En El Salvador lo que pasó con la dolarización es que se evitaron los problemas de inflación, algo que antes de la dolarización (no los cinco años antes, pero sí los 30 años anteriores), era un problema grave en el país.
Pero tener una moneda sana es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo de un país, y en El Salvador hay problemas de competitividad y sobre todo de seguridad graves por resolver.
Lo bueno de la dolarización, como sostengo en el artículo, es que permite a la sociedad salvadoreña centrarse en estos problemas y no en falsas soluciones monetarias.
Atentamente,
Luis E.G.